Los Bluuuups,
pulpos de chicle de fresa
Cada casa tiene sus propios
parásitos, y existe uno que nadie ha podido ver casi nunca. De día duerme
dentro de las bombillas y cuando todos se acuestan, salen a recorrer los techos
y paredes con su cuerpo flexible de cefalópodo rosa. Ellos son los responsables
de los inexplicables cuadros torcidos, del crujir de los muebles, de que la
cesta de la ropa sucia esté revuelta, ya que buscan prendas interiores húmedas
para darse un festín, o de que la bombilla donde duermen se funda con
asiduidad, ya que no son amigos de la claridad, pero se protegen de ella con
antifaces de alas de polillas. Suelen ser de naturaleza noble, aunque algunos
son muy traviesos y les gusta dar collejas a las mascotas caseras o tirarles de
las orejas. Los gatos son sus peores enemigos, ya que ambos son noctámbulos, y
cuando coinciden en una misma habitación, se pegan al techo como un fino papel
de fumar. Los hay muy sentimentales y les cogen tal cariño a la familia de la
casa, que de noche les dan besitos en los pies, o alargan sus tentáculos de
chicle y mecen las cunas de los bebés desvelados. También buscan objetos
perdidos para ayudar, e incluso saben escribir y anotan productos que faltan en
la lista de la compra.
Se alimentan de fluidos humanos,
así que cuando ven a un durmiente con la boca abierta, introducen la punta de
un tentáculo y roban un poco de saliva. Lo que más les gusta es el verano, ya
que las gotas de sudor, ricas en sal, les aporta suficiente libido para la
única cópula anual. Estas perlas saladas son tentaciones irrefrenables, y
acarician la frente y cuerpo de los durmientes, rebañando despacito y
llevándoselas a la boca redonda en forma de dónut, retorciendo de placer la
fina capa membranosa que tienen por cabeza, idéntica a una pompa de chicle.
Algunos de los miembros de la familia creen que les está picando un mosquito y
se dan palmadas o se rascan allí donde pasó el tentáculo, y entonces Los Bluuuups se ríen para adentro, ya
que de todos es sabido que tienen muy buen sentido del humor.
Cuando llega la luna nueva del
mes de Agosto, bajan de sus redondeadas
camas y se reúnen por cientos en las farolas de las calles. Copulan toda la
noche dentro de las bombillas y por la mañana amanecen las aceras llenas de
manchitas negras, con la forma exacta de un chicle pisado. Los humanos que
caminan por encima de sus huevos, transportan en sus zapatos a los nuevos
parásitos que convivirán en armonía en la misma casa familiar.
Cuando les llega la hora de
morir, se esconden en un rincón y empiezan a encogerse hasta que sólo queda de
ellos una bolita del tamaño de un chicle masticado con un pálido color. Yo por
si acaso, todos los chicles que recojo en casa cuando retiro un mueble, los
meto en una cajita de cerillas y los entierro en el jardín, todos juntitos, no
sin antes rociarlos de perfume con olor a fresas.
Luciérnagacuriosa, Enero 2015
Así que era eso... Genial Luciérnaga.
ResponderEliminarGracias Periquillo, cuidadín al pisar un chicle en la calle
EliminarMe encantó este texto y tus bichitos. Pobres, cuántos no habrán pisado mis carnes morenas.
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